Un vagabundo
Un cuerpo lívido, con la cabeza agachada,
Con harapos cubriéndole su silueta delgada,
Contempla, desde lejos, como hojas secas otoñales
Se caen angustiadas desde negros árboles,
El viento les reanima y bailan divertidas
En el aire frío; sobre la tierra húmeda descansan
[muertas].
Murallas de piedra grisáceas y anticuadas
Rodean una iglesia negra condenada al olvido.
Brazos de hiedra naranjas y trepadoras
Cubren su faceta mugrienta, sus arcos agudos;
Un reloj redondo se resiste… la hiedra no lo alcanza.
Agujas gigantes se mueven frenéticamente
[ruidosas].
La silueta se mueve agitada, temblando;
Sutil, se pierde entre mugrientos fanales.
Es solo un reo subyugado a solitarios elementos,
Un hombre viejo, triste y abandonado,
Un alma acechada de un profundo caos,
Un cuerpo hambriento y alterado
[agobiado].
Y, desde nada, copos blancos de nieve se caen
Sobre su rostro arrugado, de líneas abismales.
Su cuerpo ya no tiembla, sus venas se contraen
Y un dolor punzante, en su corazón desconsolado,
Se adueña de su cuerpo deteriorado.
En un instante se desploma sobre las hojas
[descompuestas].