En el inmenso y árido desierto del Sáhara, en alguna parte del infinito horizonte, surgieron algunas criaturas altas, majestuosas, como si fueran «rotas» de una escena de fantasía-estas criaturas imponentes, pero en el mismo tiempo delicadas, eran unos camellos que pastaban tranquilos en el calor opresivo, pisando la arena brillante y caliente,desinteresadas,tan ni siquiera afectarles de alguna manera. De vez en cuándo, un curioso lagarto sacaba su cabeza de la arena y se hacía camino entro los millones granitos de arena, intentando buscar comida; los rayos ardientes le atravesaban su cuerpo decrépito, haciéndole abandonar su misión y retirarse en algún rinconcito fresco, debajo de una piedra, dónde los rayos intensos del sol ya no la pueden alcanzar.

El pastor miraba con orgullo su rebaño de camellos que se dirigían extenuadas ,pero en el mismo tiempo agitadas al ver el lago con agua dulce y fresca. El agua curandera le hacía prender vida de nuevo y su ingenua felicidad se notaba en sus miradas serenas y inocentes.

El pastor era un hombre viejo de unos 75 años con la cabeza cubierta con un pañuelo negro en forma de turbante que le protegía del sol, mientras que el cuerpo lo tenía cubierto con una especie de «bata» azul, larga y voluminosa. Sobre su hombro derecho tenía un arma Kalashnikov que lo guardaba como si fuera su propio «hijo» y nunca se separaba de ella y muchas veces se acordaba-en la soledad del desierto-de aquel espantoso año- 1975-, cuándo los marroquíes invadieron su patria.Tenia 12 años y se acordaba, con mucha tristeza y dolor, de ese maldito día:

«¡Mahmud, tus padres han muerto y si quieres yo te cuidaré!

Mahmud estaba mirando a su tío y con la voz temblándole le dice:

-Mi querido tío, yo solo quiero vengar la muerte de mis padres!

-Todavía eres pequeño, Mahmud!, ¡No te dejas abatido por el dolor y deja que el tiempo pase y quizás algún día llegaras a ser fuerte y grande de tal manera que puedas decidir qué hacer respeto a la muerte de tus padres!

La cara de Mahmud se puso muy roja y el calor que se apoderó de su cuerpo hice que hasta sus lágrimas se secarán.

¡Tío, tú eres sabio y respeto tu manera de pensar!;¡Yo solo quiero un arma que te prometo, solemnemente, que nunca la usaré en contra de los que mataron a mis padres cobardemente!

¡Elijo el desierto cómo mi nuevo hogar; el me enseñará todo para sobrevivir!

¡Aquí tienes, mi dulce niño!, ¡Esta será tu arma y aquí tienes también estos dos camellos que te acompañarán en tu camino!

Con el pasar del tiempo, Mahmud creció; el desierto modeló su comportamiento, lo hizo muy fuerte y sabio igual que su padre y empezó a luchar en contra de los invasores, saliendo siempre ganador en todas sus incursiones; empezó a ser temido por todos los invasores y todos le mostraban mucho respeto. Era conocido bajo el nombre de «El León» por su falta de miedo, por su coraje, por su fuerza y valentía en los combates.»

Éstos recuerdos hicieron que le salieran lágrimas calientes y dolorosas de su ojo azul; ya que el otro ojo lo había perdido en un combate y desde ese día lo tenía cubierto con un tejido negro, igual que como lo hacían los piratas.

De repente, su cara se puso sonriente al mirar su reflejo en el agua cristalina:

¡Aquí estoy mamá!, ¡Aquí estoy papá!

¡Soy vuestro hijo, Mahmud!

Al lado de su reflejo, Mahmud empezó a ver las caras de sus queridos padres y se sentía muy contento y orgulloso.

¡Os he echado mucho de menos y que sepáis que vuestra muerte no fue en vano!

¡El desierto me creció como si fuera uno de sus hijos y me enseñó todo lo que tenía que saber para ser un buen luchador, pero gracias al infinito amor que sentía para vosotros, he podido sobrevivir y triunfar!

Con sus manos pesadas y fuertes quería alcanzar las caras de sus padres y en ese instante, sintió cómo su cuerpo era más ligero, ya no sentía más dolor y sufrimiento. Su alma había dejado su cuerpo lleno de heridas y cicatrices… era joven de nuevo y llevaba ropa blanca y reluciente. Sus padres le estaban esperando al otro lado del lago:

¡Aquí estamos, nuestro querido Mahmud!

¡Ya acabó tu vida terrenal, y una vez con ella acabaron todos tus sufrimientos!»

Al día siguiente, un grupo de pastores encontraron el cuerpo del «León» en posición sentada, sobre la arena y con su vista fija en el esplendor del agua.

¡Ha muerto el «León»!- empezaron a gritar los pastores y con lágrimas en los ojos se acercaron al cuerpo del «Leon», abrazándole fuerte y jurando qué siempre contarán todos sus valientes combates a las futuras generaciones, de tal manera que su recuerdo permanecerá vivo para siempre.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.