Un cielo con matices de un azul profundo y una brisa sofocante envolvían Benares- una antigua ciudad a las orillas del rio Ganges.
Paseaba aturdido por sus calles estrechas y alborotadas con gente de diferente clase social, que por su estatura se parecían a unas hormigas que caminaban incansables, trepidantes y desinteresadas.
Tejidos de seda y muselina, de diferentes tamaños y colores, adornaban los puestos improvisados de los ambulantes, mientras que olores fuertes y sensuales acariciaban mis sentidos bien arrinconados. Una mujer con pelo negro y con ojos de color miel, me fijaba, desde ya un buen par de minutos, desde su puesto de venta.
-Señor, ¡mire estos tejidos de seda! Son de buena calidad.
-¡Toca este…! – me dijo la vendedora, enseñándome un tejido brillante y de color naranja. Y bien sorprendido he quedado al notar la suavidad del tejido.
-¡Suave y fino! Creo que me quedo con esto… – le dije sin ni siquiera pensármelo más veces. Pagué el tejido y me esfumé, entre la gente, hipnotizado, quizás un poco torpe, hasta llegar al río Ganges. El lugar estaba repleto de personas que subían o bajaban los escalones del templo, o que, simplemente, disfrutaban del agua o hacían algún ritual de más. Mi curiosidad y atrevimiento, me hicieron meterme en el agua, que aunque parecía un poco sucia y maloliente- ¡eso no me echo para atrás!
¡Y allí estaba yo! Entre gente que solo disfrutaba del agua, o gente que hacía rituales, y barcos que se movían lentamente en el puerto. Un sentimiento de paz y tranquilidad se apoderaron de mí; me sentía ligero y en paz y armonía con mi alma. Nada, ni nadie podía alterar mi estado de ánimo. O, ¡eso es lo qué pensaba yo! Ya que, bajo mi mirada estupefacta, vi un barco que se acercaba al templo y, de repente, un joven delgado y de estatura mediana, tiró un cuerpo moribundo en el agua, a escasos metros de mí. Una sensación de mareo hizo que me desmayara. Me desperté tendido sobre los escalones y con la ropa mojada, sin recordar nada. Y, alrededor de mí, gente que me miraba desconcertada. Y, nada más levantarme, ¡lo vi!, ¡allí estaba!, el cuerpo lívido de una vieja flotando en el río. Un olor apestoso y podrido hizo que vomitará.
Con una voz perdida y confusa, dije:
-¡Qué horror, por Dios! Si lo hubiera sabido antes, ni siquiera me hubiera atrevido pensar en ir en un sitio así.
Los budistas lo describen como una vela y su moviento de ir y venir, conforme sopla el viento. ( El ir y venir, ininterrumpido de pensamientos).
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