No era una noche cualquiera. Era la noche en la que todo iba a cambiar. Hasta el cielo grisáceo se tornó rosado, y una luna llena, brillante, redonda, reinaba sobre un ambiente pesado por la mezcla dudosa de ciertas partículas con el propósito de entorpecer a la humanidad.

Me había despertado de un sueño profundo y terrible y deambulaba por la casa como un sonámbulo. Me tropecé con un cuerpo blandito. Era mí gata, la reina de la casa, qué ni siquiera reaccionó al ruido provocado por el impacto inevitable de mi cuerpo contra la ventana. El dolor fue tan grande que apenas podía abrir los ojos… Pero de repente todo ese dolor desvaneció en un instante. Delante de mis ojos prendían vida imágenes irreales, perturbadoras. Ese tipo de imágenes que te hieren y te marcan para siempre. Veía, confuso y desconcertado, cómo una serie de cuerpos abatidos, cabizbajos y con la mirada perdida, con ropa sucia y destrozada, subían cansados la escalera mecánica del metro. Ninguno se movía, solo se dejaban llevar por la escalera mecánica. ¿Pero qué es lo que estaba sucediendo…?

De repente, algo o alguien hizo reactivar esos cuerpos sin soplo, que empezaron a chillar desesperados, huyendo, pisándose, como si intentaran escapar. Manchas de sangre se extendían rebeldes sobre los cristales congelados y trozos de carne humana volaban por los aires… Ningún cuerpo quedó de pie.

Poco a poco, una masa densa de rocío se fue esparciendo y redujo a cero la visibilidad. No se veía nada, no se oía nada; no comprendía lo que estaba pasando. Cuando decidí bajar y averiguar lo ocurrido, me sentí débil y mareado, y al voltearme vi a una figura vestida de negro con un sombrero que le tapaba sus ojos. En su mano llevaba un bastón de oro en forma de serpiente y, apuntándome con él, dijo:

-¿Pensabas qué ibas a escapar? Ahora todo lo que hay en la Tierra me pertenece… Siete años de áridos climas, hambruna, muerte y sufrimiento. Eso es lo que todo el Infierno anhela para vosotros… Y ahora ¡arrodíllate, preste humana!

Yo estaba paralizado: no podía moverme ni articular palabra. La gata saltó y se acurrucó a mi pecho. Su corazón latía con fuerza y, en ese entonces, resolví que de una manera u otra iba a morir. Apoyé mi mano sobre la silla y, sin que mi oponente pudiera reaccionar, la levanté con el propósito de golpearle… Pero aún antes que mis pies volvieran a tocar el suelo, el bastón que la figura agarraba con firmeza en su mano izquierda se transformó en una espada afilada que troceó mi cuerpo sin piedad… Y también el cuerpo gatuno que se sacrificó acompañándome en un mundo funesto.

Mi alma se acercó a la figura, aunque sabía que no podía verle, y le susurró:

-¡Siete años gobernarás en esta Tierra! Instaurarás un gran pánico y caos, pero una eternidad tú te restregarás como una serpiente y suplicarás en ríos de lava y fuego, hasta qué en polvo te transformarás, y perdido y olvidado te quedarás ¡como si nunca hayas existido!

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6 comentarios en “INFIERNO DESATADO

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